La solidaridad es parte del desarrollo humano y como tal ha estado presente en el devenir de las sociedades, cualquiera que haya sido su organización polÃtica.
Si el ser humano es un ser social, significa que se hace con los demás, primero satisfaciendo sus necesidades básicas y luego creando y viviendo la cultura.
La solidaridad, llevada al terreno económico, significa participación, con reglas de juego claras para hacerle frente a las discriminaciones de todo tipo.
También la solidaridad en la economÃa, significa toma de decisiones compartidas y definidas en los diferentes niveles organizativos.
Toma de decisiones compartidas significa, también, beneficios compartidos, distribuidos conforme a los grados de participación en las responsabilidades.
Hacer economÃa de la solidaridad significa distribución equitativa, autogestión por los mismos beneficiarios comprometidos en el acto empresarial y con una consigna inamovible: sin ánimo de lucro.
En este conjunto de factores, está la diferencia de cara a otras formas empresariales y económicas.
¿Y a quién no le gusta la economÃa solidaria?
A los dueños y administradores de los bancos, a los empresarios que solo piensan en la plusvalÃa, a quienes se lucran permanentemente explotando el trabajo humano, no importa el tamaño de la estructura empresarial que utilicen.
No podemos dejar por fuera a los egoÃstas, que tienen barriga de pobre y mente y corazón de rico.
Donde se ha implementado la economÃa de la solidaridad basada en sus valores y principios, fluye la armonÃa social y el bienestar colectivo.
Hay que estudiar, hay que creer y hay que vincularse a un proyecto basado en la economÃa de la solidaridad.
Hay que impregnarse de la cultura solidaria para ser parte de un mundo más justo y basado en el nosotros.